Esta noche (el 24 de
Diciembre) los cristianos celebramos el nacimiento de Jesús.
Yo estoy un tanto alejada
de la religión, intento actualizar antiguos sentimientos, a veces
creo, y siento abrigado el corazón, otras veces me tienta la
comodidad de no creer en nada, de hacerlo todo de la manera más
simple posible. Y me siento culpable de tanto ir y venir, quisiera
quedarme ya, definitivamente, en el bando de los creyentes al cien
por cien. Sentir el amor a un ser superior (y sin embargo tan
humilde).
Humilde desde su
nacimiento hasta su muerte.
No tenía nada, nació en
un pesebre, y cuando llegó a los 33 lo matamos y Él se dejó matar
(hubiera podido huir).
Le pusieron una corona de
espinas que a mí me recuerda a las batallas mentales que tengo a
veces.
Le trataron como a un
delincuente y la historia completa es muy larga, pero lo más
importante es celebrar que en un día como hoy nació, y tuvo el
cariño de su madre, quien lo trató con la ternura que todos los
niños merecen.
Dios en un bebé que
necesitaba todo tipo de cuidados.
La Virgen dándole todo.
Es cierto que lo tratamos
mal, pero hubo una persona que lo cuidó, lo mimó, y a mí me quita
un peso de encima.
Yo, en estas Navidades,
celebraré no el dolor de la cucifixión, sino la ternura que seguro
recibió de su madre.
Celebraré la ternura, el
cariño, la inocencia,... Es gratificante pensar que también recibió
amor.